miércoles, 14 de enero de 2009

catarsis

Estoy aquí echado, solo, y miro el techo, mientras me repito que estoy aquí echado en una cama mientras miro el techo. El techo es blanco. Se diagrama un cuadrado gigante sobre mi cabeza, que más me recuerda a una libélula. No se por qué pienso en libélulas y en imágenes desenfocadas en alguna pantalla de cine. Una sonrisa se me escapa hacia la cara y se me clava al borde de los labios. La sonrisa hace conjunto con esas libélulas que se meten por las ventanas y ese sonido intacto, uniforme, igual que mi sonrisa. Un sonido agudo que esta sobre mi cuerpo, que me ha dejado inmóvil. Hay un sonido que se apodera de mí, que me deja la sonrisa estática, y ahora se me caen las lágrimas y el sol se mezcla con las libélulas, con el color morado, con el color blanco, y con mi piel perdida en los bordes de una línea. Mis lágrimas mandan en el tiempo, porque parece que este empieza a retroceder y me acuerdo de todas esas cosas que hacía cuando no estaba solo, inmóvil, echado en la cama, acorralado de tanta felicidad y tanta tristeza al mismo tiempo.
Estoy echado en la cama un día de verano y ya se que nadie va a venir a tocarme la puerta, pero ahora siento mis suelas inquietas y la voz de un niño que soy yo, aunque yo sigo inmóvil con la cara cada vez mas húmeda y encogida. Soy yo que corro nuevamente por el cuarto y ahora si, alguien toca la puerta, alguien que sonríe y me mira y me contempla, alguien a quien también se le caen las lagrimas de saber que camino inquebrantable, de saber que ya no hay vuelta atrás, que no puedo aprender a quedarme sentado, que ya dirijo mis pasos hacia cualquier abismo.
Desaparezco, desaparece el niño. Sigo echado en la cama, se han ido las libélulas, parece que el Sol se ha escondido. Mi cara esta llena de fisuras, de torrentes, de heridas que no van a borrarse. Por primera vez me echo en mi cama y se mezcla mi vida y mi muerte, mi felicidad y mi tristeza, mi respiración y mi selva muerta. Me miro las manos difusas, me miro las manos con miedo porque están cambiando. El techo sigue blanco. Ahora siento un calor bajo mi cuerpo o dentro de mi cuerpo, esta prisión que me jala para adentro. Sigo llorando y pienso en mi sangre, en todos los caminos vitales que me rodean, en mis venas y en mis vísceras. Siento los latidos de mi corazón, siento mis dientes, siento mis ojos.
Pienso en el centro de todo, escucho un sonido que me regresa a cuando ya no era niño, un sonido tieso y pesado, un sonido que me golpea en la cara. Vuelvo hasta algún momento en que era tierra y era espacio y el tiempo solo me aplastaba. Un sonido que me deja en la oscuridad de una tierra dormida, agazapado entre las piedras, escondido y aún feliz porque ningún ser vivo me ha tocado, porque nada me ha sorprendido, porque no se que es atrás ni adelante.
De pronto se hace día y vuelvo. Vuelvo hasta mi cuarto que es donde estoy solo, donde estoy abrazándome, donde estoy con el cuerpo salado. Vuelvo y miro a la izquierda, donde hay un espejo. En el espejo estoy yo y me miro a los ojos. Me miro y sigo siendo el mismo que sonríe y llora a la vez. No puedo calmar ni un segundo. Nada me duele, lloro porque tengo miedo. Porque hay tanto que no entiendo. Porque cada vez entiendo menos. Porque no encuentro respuestas. Porque el tiempo se me acaba. Porque mi mente esta jodida en esta maquina. Sigo perdido. Pienso en la muerte. Pienso en mis vísceras, en el fuego, en el agua, en el resplandor, en las luces de neón y pienso en que estoy despierto y pienso en que estoy dormido.